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Mensaje por Aquiles T. Kharral Vie Ago 19, 2011 5:36 pm

Suspiró, observando el orden de su cuarto. Era una de las pocas veces que aquel estacionamiento de la casa estaba en perfecto estado, sin ropa por los suelos y sin zapatos fuera de su lugar. Había estado toda la fastidiosa mañana de un mísero domingo arreglando su cuarto para ayudar un poco a su padre en las tareas de casa. Sentía que desde que sabía que era adoptado, él tenía que llevar las riendas de la casa. Era hijo único, y como que su padre no hacía mucho en casa. Se levantó de la silla, apoyando ambas manos en su escritorio y mirando hacia el horizonte; donde se encontraba su jardín, el cual podía ver a través de la ventana. No, no lo comprendía. No comprendía el por qué de tener que mudarse, después de haber hecho vida en Tenesse, tranquilamente. Por culpa de su padre abandonó su guitarra, la cual lucía colgada en la pared, al lado de la puerta. Hacía cuatro años que no tocaba su guitarra acústica, se sentía incapaz de volverla a tocar; sinceramente pensaba que se le había olvidado, después de mudarse había perdido las ganas de todo. Volvió a suspirar cuando escuchó un trueno, el cual despertó su atención, pues hacía pocos días que el verano había finalizado y todavía hacía el típico calor de este. Una lluvia de verano se aproximaba y Aquiles quería disfrutar de ella.

Bajó las escaleras de su casa rápidamente, dirigiendo su mirada hacia la cocina esperando encontrarse con su padre y con una botella de vino; como todos los días. En cambio, él no se encontraba en casa. Se adentró en la cocina, visualizando con atención y rapidez cada rincón de esta –¿Anwar? –dejó escapar, un tanto preocupado. Frunció el ceño al ver una nota colgando de la nevera gracias a un gigantesto imán. Había salido, de viaje. Volvería en dos semanas. Aquiles agarró la nota y la apretó con su puño, para después dejarla caer al suelo. No había tenido ni la decencia de despedirse de él, era Anwar, y aunque él fuera adoptado, se preocupaba. Le dio una patada a la bola de papel y salió de su casa no sin antes agarrar sus llaves y cerrar cerradura de la puerta. Comenzó a caminar, sin rumbo alguno. Tan solo necesitaba alejarse un poco del barrio; de su rutina diaria.

Se detuvo, observando su alrededor. Había caminado un par de horas y el muchacho ni siquiera se había dado cuenta. Estaba en el mirador de las afueras del pueblo, ahí; plantado y esperando a que por fin se desatase esa esperada lluvia de finales de verano. La necesitaba, para que engañarnos. Se apoyó sobre la baranda, tensando sus delgados y tatuados brazos y mirando fijamente el pueblo. Aquel pequeño pueblo que le había cambiado la vida, aquel pueblo que ahora era su hogar y que intentaba no detestarlo. Si, odiaba donde vivía; quería volver a Tenesse, con su grupo social. Estar ahí le hacía sentir pequeño, insignificante. No es que las personas de allí fueran detestables, pero como en todos los lugares; había de todo un poco. Odiaba que la gente le mirara por encima del hombro, pero de tantas veces que había pasado, se había hecho a la idea y no pretendía encajar en un grupo social que no pertenecía al suyo. No le hacía demasiada ilusión, sinceramente.


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Tranquilidad {GinevraJ} Empty Re: Tranquilidad {GinevraJ}

Mensaje por Ginevra E. Jenkins Vie Ago 19, 2011 5:40 pm

"-¿Que hace una chica como tú en un sitio como este?-"

Lo que Ginevra hacía en el puerto aquella tarde de domingo era un absoluto misterio. Su pelo rubio se movía con aquel viento que presagiaba tormenta y sus ojos azules observaban el pueblo que, desde hace unos cuantos años, era su hogar. Su mirada era fija, expentante, como si esperaba que algo ue solo ella sabía ocurriera. Al ver un relámpago cruzando el cielo nublado una parte de su mente le dijo que era una imprudencia permanecer allí, sin ningún pararrallos cerca, pero esa parte no hablaba lo suficiéntemente alto como para que la chica le escuchara. Los habitantes de aquel pueblo ocupaban la mayor parte de sus pensamientos en aquel momento. Los actos de bandalismo que un grupo de chicos y chicas habían comenzado a realizar contra gente como ella no habían sido lo suficientemente graves como para asustarla, pero si para preocuparla. Temía que, si nadie los frenaba, los actos fuesen a peor y sucediese algo que lamentar.

Gin se preguntaba constantemente qué era lo que se había torcido en la vida de esas personas, que era lo que funcionaba mal en su mente. Nadie puede negar que todos los bebés son buenos, algunos mas que otros, pero al final todos buenos. Ella tenía la teoría de que, según van creciendo y perdiend su inocencia existen diversos fallos que, a algunos, los convierten en las personas que hoy en día realizan irracionales acciones de violencia. A pesar de todo estaba segura de que, en el fondo, aún les queda parte de aquella bondad adquirida por naturaleza.

Una gota de luvia que golpeó su frende con suavidad la sacó de su ensimismamiento. Miró hacia arriba, observando la negra capa de nuves a punto de soltar todo el agua que contenían sobre su cabeza, y decidió que era hora de marcharse. Al voltearse vió una figura con los brazos tatuados a la que reconoció al instante. Aquiles. Justo cuando se preguntaba que demonios estaría haciendo él allí empezío a llover definitivamente, comenzano a mojar el pelo de la chica. Ignoró a las gotas de agua que pretendían importunarla y se dirigió hacia su amigo, cuya mirada se perdía en el horizonte. Se situó a su lado y, tras unos minutos en silencio decidió acabar con éste. - ¿Quieres hablar? - Le preguntó, perciviendo que el humor de su amigo no era para organizar una fiesta.
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Tranquilidad {GinevraJ} Empty Re: Tranquilidad {GinevraJ}

Mensaje por Aquiles T. Kharral Vie Ago 19, 2011 5:48 pm

El cielo, cada vez más negro; le avisaba de que quedaba poco para que la tormenta se desatase. Pero todavía quedaban unos minutos de tranquilidad que para él; no era efectiva. Necesitaba la lluvia, sentirse mojado y a la vez seco. Sentirse feliz sin importarle llegar empapado a casa, sin importarle saltar sobre los charcos y bailar bajo la lluvia. Si, el joven deseaba bailar bajo esa maravilla; pues para él la lluvia era eso, una maravilla. Sin lluvia no existirían las tardes en casa mirando la ventana y pensando tus cosas con un café caliente entre las manos. Tampoco existirían los paraguas o el verdor de las plantas. Sin la lluvia no existirían los enamorados que ansían pasear con su pareja bajo la lluvia y besar a esta; tan solo por el simple hecho de darle un motivo al agua de sentir celos hacia ti “Tú puedes tocarla, pero yo puedo amarla”.

Suspiró por enésima vez, notando como su mente se perdía a la vez que su vista, observando el dichoso pueblo. Todavía no había cambiado de postura, seguía con los brazos tensados agarrando la baranda; dejando ver algún que otro músculo poco marcado de sus brazos. Seguía sin comprenderlo. Mudarse, resultaba una idea un tanto tentadora, pero en el fondo; muy en el fondo, Aquiles no quería mudarse. ¿Y perder todas las amistades y enemistades que había hecho en aquel pequeño y dichoso pueblo? No, no le daría ese lujo a su padre por mucho que lo ignorara, odiara o simplemente sintiera repulsión hacia él. Pero si era cierto que ya era hora de dejar esa casa, en la cual solo parecía que viviese él.

Diez. Diez veces había suspirado manteniendo la misma postura que hacía un cuarto de hora más o menos. Hacía un cuarto de hora que estaba ahí plantado, esperando a que la lluvia por fin se desatara sobre él. Y parecía que quedaba poco, pues las primeras gotas de lluvia caían sobre su cara, haciendo que fueran un poco molestas. No, a él le gustaban las fuertes lluvias; esas con las cuales no se ve la calle, las cuales parecen como cubos de agua continuos. A él le gustaban las fuertes lluvias, aquellas que parecían que se fuese a caer el cielo allí mismo, partiéndose en pedacitos diminutos, imposibles de reconstruir. Y pocos minutos pasaron hasta que eso sucedió. Comenzó a llover, como si de ello dependiera la vida de la persona más maravillosa del mundo. Llovía sin cesar, y ahí se encontraba él: sin paraguas, sin chaqueta y con los ojos cerrados, sonriendo mentalmente. Esa sensación… era difícil de explicar, pero le encantaba.

–No sabía que estabas aquí, Ginevra –comentó, abriendo los ojos lentamente sin mirar a su amiga, manteniendo la mirada sobre el pueblo. Era cierto, él no sabía que ella estaba allí; pero su voz no le había asustado ni mucho menos, agradecía la presencia de ella en aquellos momentos. Hasta que cayó en la cuenta. La observó, frunciendo el ceño; para después soltar un bufido con una pizca de humor, mirándola de arriba a abajo –Si llevara chaqueta sabes que te la ofrecería. Si llevara paraguas sabes que te lo ofrecería. Pero pensándolo mejor, no te hace falta: vas empapada –dijo, convirtiendo sus labios en una sonrisa; para después mirar a su alrededor, en busca de algún lugar donde poder cubrirse, no deseaba que su amiga se constipase. Pasó uno de sus brazos por los hombros de su amiga; agarrándola no con segundas intenciones, si no para intentar taparla un poco de la fuerte lluvia, y comenzaron a caminar rápidamente. Sabía que ella no quería mojarse, pero con lo cabezona que era, también sabía que esta era capaz de quedarse allí con tal de no dejarle solo. Al final, cerca del pueblo; se situaron bajo de unos balcones, quedando así ella protegida de la lluvia y él fuera; como quería –¿Mejor?
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Mensaje por Ginevra E. Jenkins Vie Ago 19, 2011 5:52 pm

Nunca le había gustado especialmente la lluvia. Los días grises y mojados no eran sus favoritos, desafortunadamente para ella esos días eran muy comunes en Bristol. A ella le gustaban los días soleados, cálidos y luminosos. Le resultaban mucho mas agradables y vivos. La primavera, si, esa era definitivamente su estación preferida. Cuando los días comienzan a alargarse, comienza a florecer la vida y la gente parece estar de mejor humor. Eso, claro está, desde su punto de vista.

El agua teñía su cabello rubio de un color mas oscuro conforme esperaba que su amigo se percatara de su presencia. Desde el momento en el que vió a Aquiles en el puerto supo que algo le preocupaba. Lo notó por la expresión de su rostro, por su posición tensa y por el hecho de que la cada vez mas fuerte lluvia amenazaba con ahogarle y él no hacía absolutamente nada al respecto. Aunque darse una segunda ducha no entraba en sus planes de aquella tarde, no tenía intención de moverse del lugar, se quedaría dispuesta a escuchar a su amigo si éste así lo deseaba.

La respuesta de Aquiles no fué la que Ginevra se esperaba y no se le escapó la forma en la que éste ignoró su pregunta. Sabía que le había escuchado y le pareció captar en la contestación que el chico no quería hablar del tema, ella no insistiría. Se miró a si misma, sonriendo de lado para luego volver la vista a Aquiles encogiéndose de hombros. -Tu también lo estás.- Si, llevaba razón, sabía que si el chico hubiera tenido algo que pudiera resguardarla de la lluvia se lo habría dejado de inmediato. Como también sabía que ella lo hubiera rechazado y que habrían mantenido una pequeña "discusión" hasta que, al final, ella lo habría aceptado. Siempre hacían lo mismo.

Frunció el ceño cuando Aquiles pasó un brazo por sus hombros y comenzó a conducirla hacia un lugar cubierto, y accedió a regañadientes. Le molestaba que hiciera eso, solía protegerla constantemente, como si ella no pudiera hacerse cargo de ella misma, como si tratara con una niña indefensa. Aunque, en el fondo, ese trato que tenía con ella le gustaba. Cuando estaba con Aquiles, de alguna manera, sentía que no tenía que hacerlo todo sola y que, de vez en cuando, estaba bien dejar que otros cuidaran de ella.

Al llegar a la terraza que su amigo había elegido como refugio para Gin, le miró con expresión molesta, casi infantil, diciéndole con la mirada que no tenía por que preocuparse tanto. -No me importaba mojarme.- Mintió descaradamente y sin ningún tipo de escrúpulo. Fué entonces cuando cayó en la cuenta de que Aquiles seguía mojándose y, al parecer, se había colocado en aquel lugar de forma voluntaria. -Creo que es ahora cuando me explicas qué haces ahí parado, arriesgándote a coger una pulmonía.
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Mensaje por Aquiles T. Kharral Vie Ago 19, 2011 5:55 pm

Aquiles sabía que Ginevra se estaba molestando por su comportamiento al llevarla a un refugio contra la lluvia. Se había catado de la mala cara que había puesto cuando él la había agarrado de los hombros y de cómo se había cruzado de brazos cual niña pequeña. Pero él no lo podía evitar por más que quisiera. Ginevra para él era débil, indefensa y demasiado perfecta. Ginevra para él era como una niña pequeña a la cual nunca se le podría tratar mal. Aunque casi todas las mujeres fuesen igual para él; pues una de las cosas que le había enseñado su padre era aprender a tratar bien a las mujeres, Ginevra era una de las pocas excepciones. Ella, tan rubia y tan… perfecta. Se sentía en la obligación de cuidarla; era como un dispositivo que se activaba con tan solo tenerla delante, con tan solo verla. Y él, aunque nunca se lo hubiese dicho; sabía que no iba a dejar que nadie le hiciera daño, que ese alguien pagaría las consecuencias.

Suspiró con una sonrisa ladeada, observando la expresión de la joven y viendo como su teoría de que era una niña pequeña no cambiaba. Para él era eso, una niña pequeña; y las niñas pequeñas deben de ser ayudadas –Mientes demasiado mal, Jenkins. Odias la lluvia, te conozco –le contestó, alzando una ceja mientras se cruzaba de brazos creando una escena un tanto cómica y típica de película. ”La joven se enfada porque él la quiere proteger; el sonríe satisfecho porque sabe que se ha salido con la suya.”

En aquel momento recordó la pregunta que había formulado su amiga nada más verlo. Sinceramente no había sido su intención ignorarla o hacerse el sordo, no se había dado cuenta y tampoco le apetecía hablar de aquello en esos momentos. Estaba lloviendo y a él le encantaba la lluvia. El día que antes pintaba gris se estaba clareando. Si, era una estúpida paradoja. Aquiles era una estúpida paradoja. Sonrió después de escuchar decir la última frase, viendo como una pizca de preocupación salía de la joven rubia. –Llueve, ¿qué más se puede pedir? –alzó los brazos, haciéndole una seña de que la lluvia le ponía de buen humor. Le daba igual mojarse, y sentirse así. Aquella sensación le gustaba y no creía a nadie capaz de comprenderle. ¿A quién le gustaba mojarse, saltar por los charcos y salpicar a los demás con los pies? Si, tan solo se conocía a si mismo y a sus extraños gustos. –Nunca entenderé como no te puede gustar la lluvia –comentó, volviéndose a cruzar de brazos y alzando una ceja mientras la observaba. No pudo evitar volver a curvar una sonrisa al ver su mueca de niña pequeña; le tocaba achantar como tal.

Volteó la cabeza, en busca de algo insignificante. Alguna amiga o simplemente un chico para que le dieran a Ginevra una buena excusa para justificar su estancia en el mirador con semejante temporal. No encontró ninguna silueta; o mejor dicho, no percibió ninguna gracias al gran manto de agua que caía. La volvió a mirar, frunciendo el ceño y manteniendo un corto periodo de tiempo la boca entreabierta. –¿Qué hacías en el mirador? El tiempo lleva avisando de una tormenta desde hace dos horas. Una chica como tú no debía estar en un lugar como aquel en esas condiciones –le informó, apretando sus labios hasta convertirlos en una línea fina y recta. Seguía haciéndole gracia aquella escena. Era como la había pintado en un principio; la típica escena de película: ”La joven se enfada porque él la quiere proteger; el sonríe satisfecho porque sabe que se ha salido con la suya.”
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Mensaje por Ginevra E. Jenkins Vie Ago 19, 2011 6:00 pm

"Maldita sea" Pensó la joven apartándose un mechón de pelo que se le había pegado a la cara. Odiaba tener el cabello mojado y mas aún, tener toda la ropa mojada. Estaba arrugada, fría y pegada a su cuerpo como si le hubieran echado super glue. Seguramente tendría un aspecto horrible. Agarró la parte baja de su camiseta estirando levemente y observando desde todos los ángulos posibles buscando algo que estuviera seco, tan solo unos centímetros de tela que no hubieran sido invadidos por el agua. Imposible, estaba completamente calada, de pies a cabeza. Miró a Aquiles y alzó ambas cejas, como si sus razones para odiar la lluvia fueran mas que evidentes. -Por esto odio la lluvia.- Se señaló a si misma, que parecía recién salida de un lavadero de coches. Aunque, en realidad, era culpa suya el estar cual perro tras su baño mensual, al fin y al cabo, seguiría debajo de la lluvia si Aquiles no la hubiera llevado hasta la terraza.

Siempre se había preguntado por qué su amigo se preocupaba tanto por cuidarla y protegerla todo el tiempo. Jamás nadie se había preocupado por ella tanto cómo Aquiles, ni si quiera sus propios padres. Desde que conocía a Aquiles sabía lo que era la sobreprotección, era como si temiera que al mínimo roce Ginevra estallaría en mil pedazos, como si fuera una muñeca de porcelana.

No pudo evitar sonreír al ver como el chico alzaba los brazos, dándole a entender que aquello le hacía feliz. Aquiles era la primera persona que conocía a quién le gustaba salir a la calle en un día lluvioso y dejar que la lluvia lo alcanzara. Era como si aquellas gotas tuvieran sobre él el mismo efecto que el chocolate. Como si liberara endofinas y su estado de ánimo mejorara conforme se iba mojando. Jamás entendería ese aspecto de su amigo pues, para ella, que la lluvia le mojara, era todo lo contrario a agradable. -Y yo nunca entenderé como te fascina tanto. Tan solo es agua, al fin y al cabo.

¿Que qué hacía en el puerto? Ni ella misma lo sabía, simplemente le había parecido un buen lugar para estar tranquila. No era raro el ver a la rubia sola, en algún lugar alejado, simplemente leyendo o pensando. Al contrario que la mayoría de las personas, a Ginevra no le importaba estar sola. Se encogió de hombros, no hacía nada en especial. -Pensé que no empezaría a llover hasta dentro de un par de horas, tan solo ha sido...- Detuvo su explicación al procesar la última parte de la frase de Aquiles. Alzó las cejas y sonrió levemente. -¿Una chica como yo? ¿Que diferencia hay entre mi y cualquier otra chica?
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Mensaje por Aquiles T. Kharral Vie Ago 19, 2011 6:04 pm

Mantuvo su sonrisa, observando cada una de las acciones que la chica rubia realizaba. Esta se agarró la camiseta y comenzó a observarla fijamente; haciendo que Aquiles pensase que quería encontrar algún milímetro de tela completamente seco. Luego comprobó cómo esta le miraba, alzando las cejas y demostrándole sin palabras el porqué su odio hacia la lluvia. Negó con la cabeza repetidas veces, mostrando su desacuerdo ante las palabras de la joven. –La lluvia es buena en la mayoría de los sentidos; no tienes porqué odiarla. Estás mojada porque tú te lo has buscado; ya te dije que el cielo avisaba de la lluvia desde hace dos horas –le respondí, asintiendo con la cabeza mientras apretaba los labios y finalmente, me encogí de hombros. En realidad, comprendía el odio de la chica hacia la lluvia. La lluvia te mojaba, ensuciaba, hacía que te enfermases y que te resbalases; incluso provocaba algún que otro accidente; pero no sabía por qué; le gustaba. Él creía que sin la lluvia, el mundo no podría existir y la mayoría de cosas que habían en él tampoco. Pero aquello solo era una teoría, su teoría.

Sinceramente, todavía le costaba trabajo el saber por qué protegía así a Ginevra, por qué se había encariñado tanto en una simple conocida que a ser posible iba a su clase. Era extraño, muy extraño; pero la idea de ayudar y proteger a alguien no le desagradaba. Era como si algo en él le impulsara a realizarlo. Maduró demasiado pronto, convirtiéndose así en un adulto con cuerpo de niño –aunque eso no fuese del todo verdad por su pequeña estatura-. Una hermana, una hermana le habría venido bien. Así la sobreprotección que tendía a mostrar ante personas que le importaban no la mostraría; tan solo lo haría con ella, con su hermana. Pero nunca tuvo una hermana ni un hermano. Estuvo solo con el pesado de Anwar.

Volvió a sonreír, prestando atención a lo que continuó diciendo Ginevra –Me gusta porque... porque es divertida. En ocasiones, siento un poco de envidia hacia ella. No es solo agua, Gin –le contestó, encogiéndose de hombros para después soltar una leve carcajada al escuchar como su amiga se “quejaba” por el último comentario que había dicho él. Alzó las cejas, mostrando así un poco que se estaba divirtiendo aunque estuviera recibiendo gotas de agua con fuerza en su cabeza, hombros y espalda -¿Qué qué diferencia hay entre una chica como tú y cualquier otra chica? –preguntó, asegurándose así el haber escuchado bien –Buena pregunta. Tú eres perfecta y las demás no –comentó, encogiéndose de hombros para después curvar una sonrisa; excusándose de su alago –Eres precavida, para nada imprudente. Habría apostado todo lo que tenía a que tú jamás estarías en la calle con semejante temporal. Habría perdido, al parecer –finalizó, manteniendo así su amplia sonrisa.

Hasta que una idea se coló por su mente impulsiva. No sabía cómo reaccionaría su amiga, y esperaba que no reaccionara mal y terminara enfadándose con él. Pero en aquel momento, no quería pensar. Manteniendo aun su sonrisa, agarró la mano de su amiga sacándola de debajo de la terraza y pasando uno de sus brazos por la diminuta cintura de esta, juntando así sus cuerpos bajo la lluvia; en una especie de baile. Si, Aquiles quería eso, bailar –Bailemos –le propuso, ampliando así su sonrisa.
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Mensaje por Ginevra E. Jenkins Vie Ago 19, 2011 10:25 pm

En realidad, lo que le molestaba no era que lloviera. Puede que no le gustara del todo, pero sabía que era buena y necesaria por inumerables razones. ¿Y quién no había disfrutado de un maratón de películas con los amigos en un día lluvioso? - Me corrijo, no odio la lluvia. - Dijo la chica, suavizando un poco la expresión de su rostro. Volvió a examinar con la mirada su propio cuerpo y lentamente su ceño empezó a fruncirse de nuevo. - Lo que odio es estar mojada. En fin, mira mi aspecto. - Volvió a explicarse, cómo si quisiera que al chico le quedara bien claro que lo que le molestaba era parecer una sirena fuera del agua. Le lanzó una mirada de contrariedad al escuhcar sus palabras. Sabía de sobra que Aquiles llevaba razón, estaba calada porque ella se lo había buscado, sin embargo era demasiado orgullosa cómo para reconocerlo. Abrió y cerró la boca varias veces tratando de encontrar una excusa mínimamente coherente. - Ya te lo he dicho, ha sido un error de cálculo. - Concluyó, cruzándose de brazos tratando de zanjar el tema.

Conforme Aquiles hablaba, mas extrañada estaba Ginevra. ¿Cómo podría tener envidia de unas simples gotas de agua? ¿Era eso posible? Bien es verdad que la rubia era muy lógica, incluso demasiado, diría yo. Ese tipo de cosas eran para ella incomprensibles. Nunca había sido muy poética, que digamos. Para ella la lluvia era simple y exclusivamente eso, agua. Agua que caía de las nubes, alimentaba a las plantas, llenaba los pantanos, y en ocasiones extremas, provocaba inundaciones. No era capaz de verla cómo otra cosa.

Ginevra no pudo evitar sonreír cuando escuchó lo siguiente, lo que le diferenciaba a ella de las demás chicas. Se mantuvo unos segundos en silencio, dudando de si lo que su amigo le decía lo hacía en serio o estaba exagerando. Seguramente sería lo segundo. Ella no era perfecta, lo sabía bien. Y precisamente por eso era por lo que intentaba serlo, trataba de, si no ser perfecta, ser lo mas buena posible, dar lo mejor de si misma. Negó energéticamente con la cabeza. - Creo que me sobrevaloras. - Si, de verdad lo creía. Soltó una breve carcajada cuando la describió de esa manera y alzó ambas cejas. - Ya ves, yo también puedo ser impredecible de vez en cuando. - Comentó, tratando sin éxito de hacerse la interesante.

De pronto, su amigo le tomó de la manó arrastrándola hacia él y sacándola del refugio que él mismo había buscado. No pudo hacer otra cosa que mirarle con extrañeza, sin embargo, no dijo nada, esperó a que él le mostrara sus intenciones mientras se preguntaba que diablos estaría haciendo. Él deslizó el brazo por detrás de su cintura y, con una amplia sonrisa en el rostro, le propuso que bailaran. La rubia se extrañó aún mas, pensando por unas fracciones de segundo que Aquiles había enloquecido de repente. - ¿Ba-bailar? Pero nos calaremos...- No terminó su frase, cayendo en la cuenta de que ya era imposible que se calaran mas de lo que ya estaban. Su mirada confusa se borró de su rostro, dando paso a una sonrisa pues, de pronto, la situación se le antojaba divertida. - ¿Sin música?
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Mensaje por Aquiles T. Kharral Vie Ago 19, 2011 11:50 pm

Alzó una de sus cejas, la derecha para ser mas exactos; muestra de que aquella escena le resultaba un tanto divertida. Y le hizo caso, la miró, de arriba a abajo; sin dejarse ni un milímetro de su cuerpo. Estaba empapada, para que mentirse, pero como ya había dicho el muchacho antes, ella se lo había buscado. Entendía su odio hacia la lluvia, mucha gente odiaba la lluvia simplemente por el hecho de estar mojado… él no. Él amaba estar empapado, le encantaba que el agua le calase hasta los huesos. La imagen de Ginevra abriendo y cerrando la boca hizo que Aquiles sonriera, como para no hacerlo; había conseguido dejar sin palabras a la rubia, para él, perfecta. No pudo evitar soltar una carcajada al fin, viendo como se cruzaba de brazos, un tanto molesta e impaciente por zanjar el tema –Está bien, incluso los perfectos tienen “errores de cálculo”, como tú dices –concluyó, dedicándole una sonrisa amplia, para nada forzada, a su amiga.

Pocas veces había conseguido hacer que Ginevra se pensara tanto una respuesta, incluso que dudara de lo que iba a decir. Nunca había conseguido dejarla sin palabras, y para él aquel momento tenía que saborearlo con muchísima gloria. Como para no hacerlo: él dejando sin palabras a ella. Aquiles a Ginevra. Lástima que no hubiese nadie delante como para poder ser testigo de aquel acontecimiento, si lo contaba dudaba de que alguien le creyese alguna palabra.

Alzó las cejas, sorprendido, viendo como la rubia de ojos claros intentaba suavizar todos los halagos que habían salido de la boca del joven moreno. Frunció el ceño, esta vez cruzándose él de brazos, esperando a ver que más añadía para colocarle a él el adjetivo de exagerado. Apretó los labios –No te sobrevaloro, Gin, sabes que nunca miento y mucho menos exagero –le recordó a su amiga, sin una pizca de diversión en su mirada. De verdad le había ofendido que ella pensase eso de él. Aunque en realidad lo que le había ofendido es que ella creyese que le sobrevaloraba. Aquiles no podía dedicarle ningún adjetivo malo. ¿Cómo hacerlo? Para él de veras ella era perfecta, fuera de lo común, distinta a todas las demás. Tímida pero a la vez directa, única, distinta e impredecible. Por eso el muchacho sonrió tras la siguiente frase de la chica, observando como ella alzaba las cejas en un intento de hacerse la interesante. Amplió la sonrisa, sin saber el motivo exacto; solo que le apetecía sonreír, con ella. Negó con la cabeza, realizando el paso de antes; en posición de baile.

Ginevra se puso nerviosa, Aquiles lo notó en su pulso y en su voz dubitativa. Amplió su sonrisa, si eso podía llegar a suceder -¿Más de lo que ya estamos? Parece que necesitas volver a verte, o por lo menos en algún espejo. Seca, lo que se dice seca; no estás… -le comentó, colocando una mueca en sus labios para después volver a sonreír, sin poder controlarlo. Y todavía aumentó más de tamaño al verla a ella sonreír, cambiando su mirada confusa por una divertida. Aquiles estaba consiguiendo su propósito: hacer que ella se olvidara de sus problemas. Aquiles quería conseguir que se olvidara de que llovía, que se olvidara de que estaban en medio de una calle solos, que se olvidara de que estaban empapados… que pensara que estaban en una pista de baile, solos; ellos dos.

-Ginevra… ¿nunca has bailado sin música? ¿Necesitas música para bailar?... –comentó el joven, en apenas un susurro, para después volver a curvar una sonrisa –Bueno, si es así; puedo cantarte yo –se ofreció, sujetándola mejor de la cintura y cogiendo su mano izquierda con delicadeza, como si de una muñeca de porcelana se tratase. Y enseguida una canción de Miss Caffeina le vino a la mente, creía que era perfecta para aquel momento: Mi rutina preferida. -Asegurarme tu sonrisa es mi rutina preferida, acelerar el pulso al tiempo en un momento estaré allí, espérame, lo sabes bien: me quedaré, encontraré la posición en tu mirada; rescataré tu corazón y en un momento en un rincón te observaré… dispuesto a anestesiarte –la voz del joven iba perdiendo fuerza, volumen; para terminar así susurrándole aquella canción tan preciosa que ni tan siquiera recordaba donde la había escuchado por primera vez -¿Sabes cual es la canción, verdad? –le preguntó, intentando asegurarse así de seguir cantándole o que la melodía fluyera por la cabeza de la rubia.
Aquiles T. Kharral
Aquiles T. Kharral

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